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Marc Pont: «No ha muerto nadie luchando en los búnkeres, pero trabajando parece que sí»

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Marc Pont als búnquers de Martinet i Montellà (Fotografia: Elena Pardo)

Marc Pont als búnquers de Martinet i Montellà (Fotografia: Elena Pardo)

El guía del Parc dels Búnquers de Martinet i Montellà de Cerdanya explica algunas de las características de los aproximadamente 170 búnkeres que hay en la Cerdanya y que forman parte de la línia P o línea Pirineus, levantada en el invierno del 1944

Los búnkeres de la Cerdaña esperaron durante años diferentes enemigos que nunca llegaron. Las construcciones pertenecen a la línea de defensa que se empezó a levantar lo noviembre de 1944 y que se extiende desde lo Cabo de Creus hasta el País Vasc: la línea P o línea Pirineos. «Preveían hacer 10.000 búnkeres y finalmente acabaron entre 6000 y 7000. Sabemos que en la zona de Martinet y en el término municipal de Lles de Cerdaña hay 150, pero como que una parte de la línea estuvo bajo secreto militar hasta el 2018, todavía se desconoce toda la información», explica el guía del Parc dels Búnkers de Martinet y Montellà de Cerdanya, Marc Pont.

La línea P se «una línea defensiva, preventiva y terrestre». Pont señala que recibe lo adjetivo de preventiva porque «no se ha llegado a utilizar nunca». De hecho, en ningún momento hubo tropas o armas a su interior. Cataluña y el País Vasc, donde hay las principales vías de penetración, cuentan cono la proporción más alta de centros de resistencia, que están formados miedo varios tipos de búnkeres.

Miedo un lado, hay los puntos de artillería, que su cámaras amplias porque tenían que instalarse cañones antitanque, unas piezas fundamentales para hacer frente lo avanzo de las tropas enemigas. Después hay los puntos de combate, que están excavados bajo tierra y se equiparían cono ametralladoras y fusiles ametralladores. También hacían falta algunos puntos a cielo abierto para que acogieran baterías antiaéreas. Y, para acabar, situados a lugares altos y cono buenas vistas, hay los puntos de observación y de comunicación, que alojarían los mandos.

Llegada de 500 soldados a Martinet

Los búnkeres se construyen «porque primero se espera una invasión del ejército alemán y más adelante se espera un ataque del ejército aliado junto con el republicanos españoles exiliados», comenta el guía. «Los 25 kilómetros que hay desde Martinet a Puigcerdá se dan por perdidos y no se defienden. Por eso, los 150 búnkeres se construyen cuando empieza a cerrarse el valle, que es a partir de aquí y hasta el túnel de Lles».

En esta zona de la Cerdaña se concentran dos centros de resistencia, que están divididos por el río Segre. «A la banda de Lles hay 80 búnkeres, que es el centro de resistencia 52; y a la de Martinet hay 70 búnkeres y es el centro de resistencia 5 3». Todos ellos fueron construidos por más de 1000 soldados, de los cuales «la mitad eran de infantería y la otra mitad eran zapadores».

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Inscripción del 18 de mayo del 1945 en la pared de los búnkeres de Cabiscol (Fotografía: Elena Pardo)

Los soldados tenían entre 19 y 21 años y llegaron a Martinet el octubre del 1944. «Triplicaron la población del municipio y no cabían en ninguna parte. Por lo tanto, mayoritariamente vivían en campamentos e instalaciones provisionales tipos barracón». El guía señala que, hace ochenta años, era frecuente llegar temperaturas muy bajas en invierno en la Cerdaña, por lo cual «las condiciones de trabajo eran bastante duras«. Además, «en un momento de posguerra (en 1939 finalizó la Guerra Civil Española) y de miseria, comían el que podían. La gente del pueblo explicaba que podían compartir un plato entre tres personas».

Convivencia con los recién llegados

Las obras para construir los búnkeres empiezan el noviembre del 1944, a pleno invierno. Pont explica que los 300 metros de galerías del conjunto de siete búnkeres de Cabiscol, los primeros que enseña a la visita, fueron cavados a pico y pala. «A los que están situados a 1300 metros, como por ejemplo los de Mussa, llegaban con el material a cuestas porque en aquel momento había lugares sin acceso sin carretera. Y a un búnker pequeño hay 100 kilogramos de hierro, pero es que a uno de artillería hay 1000».

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Vista desde el interior de un búnker de fusiles ametralladores (Fotografía: Elena Pardo)

La exigencia física y mental del trabajo era tan grande, que algunos soldados no pudieron aguantar la situación. «No ha muerto nadie luchando en los búnkeres, pero trabajando parece que sí«. Esta afirmación la corroboran algunos actos de defunción que el guía encontró en el Ayuntamiento de Martinet y que hacían referencia a «tres soldados que venían de Asturias y que murieron aquí».

Los prados donde se hicieron los búnkeres «ni se confiscaban ni se expropiaban», sino que pertenecían a campesinos. «La gente de aquí vivía del campo, pero cuando se decidió construir los búnkeres, no tenían más remedio que asimilarlo y callar». Los habitantes se adaptaron a la nueva realidad hasta el punto que por San Fernando, patrón de los ingenieros, se organizaba una corrida de toros y también concursos de sardanas. «También tuvieron que aprender a comunicarse bien entre ellos porque los soldados hablaban en castellano y la gente que vivía antes en el Pirineo, cuando no había el Túnel del Cadí, hablaban catalán».

Búnkeres de Cabiscol

Desde el exterior, el primero de los búnkeres de Cabiscol que se observa tiene la apariencia de refugio de campesino. «Aquí está la gracia, que el enemigo no se dé cuenta qué es un búnker», dice Pont. Subiendo unos metros, a mano derecha, encontramos el segundo y más característico de los búnkeres por su techo en forma de cúpula. «Hace años estaba más camuflado con piedras y plantas». Sus paredes hacen casi un metro de anchura y su función era la de albergar una ametralladora. «Hay tres ventanas porque los soldados podían desmontar el arma y cambiarla de posición en función de por donde viniera el enemigo».

Más adelante, en medio de un prado y junto a un árbol, hay un búnker de fusiles ametralladores. A pocos pasos de él, está el de granadas. «Éste es descubierto porque tendría que salir un hombre saltando y tiraría una granate». De las siete fortificaciones, cuatro son de fusiles ametralladores, dos de ametralladoras y solo uno de granadas.

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Salida del búnker de granadas (Fotografía: Elena Pardo)

Antes de entrar a las galerías, Pont comenta que «hasta el 1960 hicieron mantenimientos de los búnkeres casi día y noche» y desde entonces acá hasta el año 1986 «volvieron cada dos o tres años a pesar de que España ya había entrado en la OTAN y formaba parte de la Comunidad Económica Europea, además que ya había pasado la Transición y estaba gobernando el PSOE». 

Como que las fortificaciones tienen el techo bajo, durante la visita se tiene que llevar un casco y así evitar cualquier accidente. Por dentro, los pasillos son fríos y tienen algunas paredes lisas y otros que conservan la forma de las piedras original. A unos metros de la entrada, nos desviamos a mano derecha por una galería que puerta a uno de los búnkeres de fusiles y ametralladores. «Hay una salida levantando esta piedra», enmienda Pont mientras señala una de las rocas que hay al techo. 

A los dos búnkeres de ametralladoras hay agujeros en las paredes para colocar las patas del trípode del arma y evitar que se mueva demasiado con el movimiento de retroceso. «El espacio es grande porque se tenía que poder mover la ametralladora y porque tendrían que haber cabido dos personas: una que dispararía y la otra que le daría las balas», explica el guía. Desde las diferentes ventanas de las fortificaciones, las vistas son diversas, por lo cual quedaban cubiertos muchos ángulos.

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Inscripción del 11 de junio del 1945 firmada per Tomás Alonso (Fotografía: Elena Pardo)

Las galerías también cuentan con depósitos para guardar el agua, puesto que «las ametralladoras se tenían que refrigerar con agua», y con estanterías para guardar la munición. Por otro lado, pueden leerse varias inscripciones que los soldados hicieron durante los ratos de vigilancia. «Hay más de una que hace referencia al 1945 porque aquel año vino el jefe de ingenieros y militares y felicitó los soldados por el trabajo muy hecho», dice Pont.

Más búnkers del Parc

Para llegar al primer búnker de artillería se tiene que andar durante aproximadamente cinco minutos desde las fortificaciones de Cabiscol. Está completamente museizado con un cañón cedido por el Museu Militar de Montjuïc. Igual que pasa con las ametralladoras, las patas de la pieza de artillería también tenían que clavarse a la pared «para frenar al máximo el retroceso». Bajando unas escalas, justamente bajo la cámara donde hay el cañón, hay dos salas: «A una se podía guardar munición y a la otra podían dormir los soldados».

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Cañon del búnker de artillería cedido por el Museu Militar de Montjuïc (Fotografía: Elena Pardo)

La segunda de las fortificaciones de artillería «tiene la misma distribución que la primera, pero no hay ningún cañón», apunta el guía. A continuación nos dirigimos hacia un búnker aislado de ametralladoras. Las escalas de acceso están ya más desgastadas por el paso del tiempo y puede observarse su esqueleto de madera. De hecho, este material todavía se deja ver a algunas ventanas ya que «la madera hubiera absorbido las balas y evitado que rebotaran hacia su interior».

Una de las curiosidades de este búnker es que, a una de sus paredes, hay dibujado un Mickey Mouse como el que conocían los niños en el 1930: delgado, con los ojos completamente negros y el hocico alargado. A sus orígenes, Walt Disney le dio un aspecto más parecido al de un ratón, pero con los años su imagen ha evolucionado. Aparte del retrato del famoso personaje infantil, también ha dibujado un tanque y hay una inscripción que dice «Viva los del 46».

Roc de la Mel

Antes de acabar la visita, Pont me enseña el Roc de la Mel. Dentro de esta gran roca se construyeron siete búnkeres que están «comunicados entre sí por galerías». Al estar totalmente integrados en un elemento natural de la montaña, quedan «completamente disimulados»; únicamente se ven dos aperturas horizontales estrechas a través de las cuales se dispararía.

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El Roc de la Mel (Fotografía: Elena Pardo)

Desde el Roc de la Mel se puede distinguir Martinet. «La gente del pueblo explicaba que durante años, cuando ya no había vigilantes, venían aquí a hacer fiestas». A una de las cámaras, puede apreciarse como las gotas de agua empiezan a formar estalactitas y estalagmitas

Por otro lado, uno de los búnkeres está «inacabado» porque le faltan las ventanas y el de observación quedó completamente destruido cuando se construyó en 1996 el canal de riego, que llega hasta la central hidroeléctrica. Para salir al exterior, lo hacemos a través del búnker de granates. «Tienes que poner los pies a los agujeros de la pared y ensartarte», señala el guía.

«Seguramente se construye siendo obsoleta»

Antes de empezar la explicación a pie por los búnkeres, el Parque enseña una proyección de un breve documental que habla sobre el contexto en que se construyó la línea P. Al final del video, aparece un teniente general del ejército que apunta que «esta línea seguramente se construye siendo obsoleta«. 

Pero los búnkeres no fueron los únicos elementos que quedaron desfasados en el tiempo. «El armamento que tendría que haber ido aquí también era antiguo porque es el que tenían de la Guerra Civil Española». Pont apunta que por aquellas fechas, el ejército alemán ya tenía armas de refrigeración automática y aquí todavía se tenían que refrigerar con agua.

Además, el guía explica que la línea «la tenían prevista desde hacía unos años y la arrastraron en el tiempo», así que cuando se construyó, lo que se hubiera esperado en caso de conflicto hubiera sido un ataque aéreo y marítimo, pero no terrestre. «Con la Segunda Guerra Mundial finalizada ya había cambiado mucho el tipo de ataque. Si hubiera pasado un bombardero, todo esto habría quedado destruido sin ninguna posibilidad de defenderse», concluye Pont.


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